Con tanta mala noticia que nos
llega estos días desde Venezuela, quise escribir algo positivo acerca del
hermano país. Y es que las personas que lo conocemos, más allá de una corta
visita a Caracas, nos hemos dado cuenta que, al igual que Colombia, Venezuela
es un país que a pesar de todos sus problemas, es un verdadero paraíso. Y si bien
la situación de seguridad en este momento no es la ideal, los principales
atractivos del país, sus playas, selvas, montañas, ríos y sabanas, perdurarán
más allá de su compleja situación política; así que, sin ningún lugar a dudas, el
vecino país es un destino que todos los colombianos debemos guardar en el
radar.
En este caso voy a hablar de
Roraima, un tepui ubicado en la
triple frontera entre Venezuela, Brasil y Guyana. Un tepui es una gran meseta
de laderas absolutamente verticales, que se alzan majestuosamente como gigantes
castillos en medio de la Gran Sabana. Los tepuis, o “casa de los dioses” en
lengua pemón, no están conectados en cadenas montañosas sino que son
formaciones separadas unas de otras, como gigantes islas en el cielo (el Salto
del Ángel, la catarata más alta del mundo, también en Venezuela, cae desde un
tepui).
Mi viaje a Roraima empezó en
Leticia y siguió una ruta bastante “inusual” para llegar a Venezuela (ruta que
además, antes de hacerla, no tenía ni idea si era factible, o si en vez de
Venezuela, me iba a llevar a las playas del Brasil). Después de varios días
bajando en barco por el gran rio Amazonas llegué a Manaus, la capital de la
selva brasilera. De ahí tomé un bus al norte hasta la ciudad de Boa Vista, y de
ahí otro hasta el pequeño pueblo de Santa Elena, ya en Venezuela y base para
los treks a Roraima.
El trek desde la entrada del
parque hasta la cima de Roraima y de regreso toma unos cinco o seis días.
Comienza en la sabana, atravesando amplios campos, pequeñas colinas y ríos transparentes.
Cada día de caminata es largo y duro. Pero desde el primer momento, en el
horizonte, vemos a la gran Roraima, que a cada paso se acerca y se vuelve más
nítido. A los lados de la gran montaña hay otros tepuis igual de
impresionantes, con grandes cataratas que caen de forma limpia y solemne por
sus erguidas paredes para formar los grandes ríos que atraviesan la sabana.
Después de tres días de caminata,
y después de haber subido por una estrecha ladera, a veces de no más de un metro
de ancho y colgando a varios cientos de metros, llegamos a la cima. Desde ahí
la vista de la gran sabana y de los otros tepuis es simplemente extraordinaria,
indescriptible. Un día entero no basta para acostumbrarse y digerir tanta grandeza.
Pero además de la vista, la cima de estas montañas guarda más secretos: extrañas
formaciones rocosas, valles de cuarzo, lagunas, cascadas, piscinas naturales, y
lo mejor, grandes rocas que sobresalen a las paredes y que cuelgan en caída
libre, para que uno pueda, si se atreve, sentarse y asomar la cabeza o los
pies, en algunos casos más de mil metros por encima de la diminuta selva un kilómetro
abajo.
Durante años Roraima fue un
secreto bien guardado y pocos viajeros la visitaban. La dificultad de su
ascenso y su aislamiento en el mapa suramericano la preservaron para unos
pocos. Pero cuando Pixar y Disney decidieron que “la casa de los dioses” sería
el marco perfecto para su película “Up”, el secreto se reveló al mundo. Hoy, aunque
los tepuis de la Gran Sabana son más conocidos y más visitados aún guardan su
majestuosidad. Por mi parte, aún tengo el convencimiento de que Roraima es una
de las maravillas naturales del mundo y, en mi caso, es el destino de
naturaleza más impresionante que haya visitado y quizás, el que más me ha
marcado.
Atrás, los tepuis. |
La subida se hace por una ladera peligrosa, angosta, escarpada y además, mojada. |
Una vez arriba, las palabras sobran. |
Haciendo estupideces con la cabeza colgando a un kilómetro de altura. |