Wednesday, February 4, 2015

MONTE ATHOS: La montaña sagrada


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La primera vez que fui a Grecia me hablaron del Monte Athos. “Es una región sagrada, a donde no pueden entrar mujeres. Solo monjes y peregrinos, ni siquiera gallinas”. Y si bien las gallinas sí están permitidas, el resto es verdad.DSC02348
La península de Halkidiki, simplemente conocida como Monte Athos por la montaña que la corona, se encuentra ubicada en Macedonia, al norte de Grecia. Es un territorio autónomo que no se rige ni por las leyes griegas ni por las europeas. Sus leyes derivan de la iglesia ortodoxa de oriente, algo así como un Vaticano para estas iglesias. Por esta razón pueden restringir la entrada a mujeres, niños y no ortodoxos. De hecho, para poder entrar tuve que aplicar a una especie de visa ante la Sagrada Oficina de Peregrinos en Salónica. El principal requisito fue probar mi “fe” y mi “vocación” de peregrino.
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Es considerado un lugar sagrado porque según la leyenda, la Virgen María y Juan el Evangelista naufragaron en sus costas después de una terrible tormenta. María le agradeció a Dios, y este le ofreció la península como regalo, para que la convirtiera en “su jardín y su paraíso”.
En la península hay unos 20 monasterios que a lo largo de diez siglos fueron fortificados para defenderse de los ataques de piratas y ejércitos invasores. Algunos están ubicados en lo alto de escarpados acantilados, otros al final de idílicas playas, otros en medio de espesos bosques mediterráneos o simplemente en las faldas de la montaña sagrada. La mayoría de ellos, más que simples monasterios, parecen castillos salidos de una ilustración del Señor de los Anillos.
Cada uno le pertenece a una orden diferente de las diferentes variantes de la ortodoxia cristiana: la griega, la rusa, la rumana, la búlgara, la armenia, la georgiana y demás. Por eso cada uno tiene su propia personalidad y carácter. También hay decenas de monjes ermitaños que viven en absoluta soledad, muchos de ellos en diminutas cuevas en acantilados sobre el mar.
DSC02339SMALLA diario se le permite la entrada a solo 10 peregrinos extranjeros; el día que me permitieron la entrada, yo era el único extranjero no-ruso y durante todos los días que estuve allí, siempre fui el único viajero; todos los demás eran devotos peregrinos. Los turistas generalmente se limitan a ver los monasterios desde lejanos barcos que bordean la península.
Si bien al principio lo más impactante del Monte Athos es la espectacularidad de sus monasterios, después de unos días lo que más te toca es la vida monacal y la experiencia de estar en sitio verdaderamente único, místico y espiritual. Los enigmáticos monjes, de largas barbas y túnicas negras, lo comparten todo: su comida, sus oraciones y sus actividades del día a día.
Cuando llegaba a un monasterio nuevo, después de horas de caminata por senderos de montaña, trochas y playas desiertas, y en medio de una abrasante ola de calor (durante esos días las temperaturas siempre estuvieron por encima de los 40 grados), los monjes me recibían con una bandeja de dulces, fruta, quesos y agua. Cuando seguía mi camino hacia otro monasterio, siempre se aparecían con una bolsa llena de comida. Al principio este gesto me parecía de lo más amable y tomaba las bolsas con gran alegría. Pero después de pasar por tres o cuatro monasterios al día terminaba cargando bolsas como si estuviera de compras en plena temporada de rebajas. ¿Qué podía hacer con toda esa comida? ¿Tirarla? ¿Comérmela?
DSC02523En cada monasterio me invitaban a conocer el sitio y a pasar ahí la noche, a veces en celdas privadas o en dormitorios comunales. A cambio, iba a las ceremonias, que empezaban desde las 3 am y duraban hasta 8 horas. En todo momento se guarda un estricto ayuno: solo se desayuna (antes del amanecer) y se cena (al atardecer). Nada de almuerzo. Las comidas duran lo que dura la oración del día, sea un par de minutos o una hora. Así, el primer día me retiraron la comida después de solo unos minutos y un par de bocados; el segundo, después de embutirme la comida, me tocó quedarme sentado durante casi una hora esperando que acabara la oración.
Los monasterios del Monte Athos son una experiencia sin igual en Europa. Es uno de los últimos sitios verdaderamente auténticos en el continente y uno de los lugares más místicos que he visitado en mi vida; y aunque se encuentran a escasos kilómetros de renombradas islas griegas, en verdad, están a un mundo de distancia.
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Friday, July 11, 2014

MALLORCA: entre la calidad y la cantidad

Hace un par de días llegué de un corto viaje a la isla de Mallorca, España. Era mi primera vez en las Baleares, pero por lo que vi en la isla, estoy seguro de que no será mi última. 

Mallorca es la más grande de este conjunto de islas (Mallorca, Ibiza, Menorca y Formentera). También es la más visitada, la más urbanizada y probablemente la más diversa. 

Cala Mesquida
En las décadas del sesenta y setenta Mallorca fue el epicentro de un descontrolado proyecto para atraer turistas extranjeros, principalmente del norte de Europa, a que gozaran del sol y la playa que las costas mediterráneas españolas ofrecían. Gracias a este plan, en varias partes de la isla se pueden ver horribles pesebres de cemento y vidrio, muchas veces a solo unos pasos de lindas y pequeñas playas. No es difícil imaginarse el increíble paraíso que serían estos sitios si se hubiera planeado un mejor desarrollo turístico.
Pero Mallorca es grande y diversa y hay muchos sectores que lograron escapar a la locura urbanista de los setenta. Alrededor de sus 550 kilómetros de costa hay un gran número de calas apartadas y prácticamente vírgenes, a las que solo se puede acceder caminando y que te dan esa sensación de estar sólo en la isla.

Cala Virgili
Y no todo es sol y playa. El interior de la isla, tan sorprendente como su litoral, está plagado de pequeños pueblos medievales, castillos, palacios, monasterios, viñedos, campos de golf, hoteles rurales, etc. Algunos de estos pueblos conservan rasgos arquitectónicos de varias etapas de la historia española: de la ocupación musulmana, del gótico medieval, del renacimiento, y del modernismo catalán, entre otros. 

La isla solo mide unos 60 kilómetros de sur a norte y 100 de este a oeste; esto hace que uno pueda visitar muchas cosas en el mismo día. Pero a pesar de su pequeño tamaño, sus diferentes “regiones” son universos aparte. La costa occidental de la isla, por ejemplo, está dominada por la Sierra de la Tramuntana, una impresionante cadena montañosa que cae en picada hacia un mar deslumbrantemente azul y en cuyas faldas se encuentran pequeños pueblos, mágicamente empotrados entre olivos y viñedos, mansiones, carreteras zigzagueantes y pequeños senderos que cruzan la montaña, y la isla, de lado a lado. Al norte, por el contrario, hay grandes playas, más “salvajes”, mientras que al sur, alrededor de la cosmopolita capital Palma, las playas han sido acorraladas por hoteles todo incluido y núcleos urbanos dedicados a lo que los españoles llaman “turismo de borrachera”.
Valldemossa

Es por todas estas razones que la isla ha sido elegida por ricos y famosos que han hecho de ella su hogar. Personajes legendarios como Chopin, Miró, Agatha Christie, Churchill, Grace Kelly, o Chaplin; o presentes como Claudia Schiffer, Boris Becker, Andrew Lloyd-Webber, Michael Douglas y Catherine Zeta Jones, sin olvidarnos de los reyes de España, todos tienen o han tenido residencias en Mallorca. 

Hoy Mallorca lucha por encontrar el equilibrio adecuado entre el turismo de masas (principalmente de ingleses y alemanes) que busca sol, playa y fiesta, y que trae consigo una innegable riqueza económica, y un turismo diferente, que prioriza la calidad antes que la cantidad.  Su experiencia, sus problemas y sus aciertos, deberían ser tomados en cuenta por nuestros países, y con ellos decidir qué tipo de turismo queremos para nosotros.


Cala Deiá

Valldemossa

Palma de Mallorca

Port de Soller

Cala Virgili

Cala Bota

Catedral de Palma


Wednesday, June 25, 2014

MASHAD: La mezquita del martirio.

Siempre me han gustado las Mezquitas. Desde pequeño, cuando caminaba frente a la Mezquita de San Andrés, intentaba mirar disimuladamente al interior del edificio, como si de un sitio prohibido se tratara. Volví a tener la misma sensación, la de estar en un lugar prohibido, cuando visité la Mezquita del Imam Reza, en Mashad, Irán. 


Mashad significa “sitio del martirio” y es allí donde millones de musulmanes chiitas vienen a conmemorar el asesinato del octavo Imam, algo así como su octavo Papa, el Imam Reza. Por su importancia dentro de la fe chiita (una de las dos principales ramas del islam), este inmenso mausoleo es uno de los lugares más sagrados del mundo islámico; es además una de las grandes maravillas de la arquitectura mundial.


La entrada al recinto está estrictamente restringida a musulmanes y si bien los extranjeros son tolerados en los patios exteriores, ingresar a los recintos interiores, los más sagrados, está absolutamente prohibido. Por esto, no son muchos los viajeros occidentales que visitan Mashad. Ir hasta este apartado rincón de Irán, cerca de la frontera con Afganistán y Turkmenistán, es una gran apuesta porque se corre el riesgo de viajar más de doce horas en tren simplemente para ser devuelto a la entrada. Aun así me arriesgué, y para intentar pasar desapercibido – o por iraní –, traté de adoptar su apariencia: me afeité, me puse mis mejores pantalones, una camisa de manga larga, y entré como Pedro por su casa; la pequeña cámara de fotos iba debidamente escondida en un sitio donde ni el más eficaz de los cacheos la iba a encontrar.


El haram, o el conjunto de templos, es como una pequeña  ciudad amurallada dentro de otra ciudad. Una fortaleza de mezquitas, templos, salas de oración, bibliotecas, museos, salones de lectura y madrazas (escuelas coránicas). Ya desde la distancia podía ver sus grandes cúpulas doradas y espigados minaretes cubiertos por piedras verdes y azules que cambian de tonos cuando a medida que eran golpeados por el intenso sol iraní; al interior me encontré con inmensos patios, todos recubiertos por incontables alfombras persas extendidas en el suelo, como un gran jardín rojo y negro, para que miles de fieles pudieran hacer sus oraciones. Las puertas que dividen los patios exteriores de los salones interiores están recubiertas por láminas de oro, una anticipación al extremo lujo que vería en los recintos más sagrados.

Cruzar esas grandes puertas de oro es ingresar a otro mundo, al mundo sagrado de los peregrinos, de la devoción y del fervor religioso; para mí era entrar a un mundo prohibido para los no-musulmanes, los infieles; en ese mundo, rodeado de fervientes creyentes que no verían con muy buenos ojos que un turista estuviera allí, los guardias encargados de velar por el orden, la limpieza y la buena conducta de los visitantes se convirtieron en amenazantes policías. Tenía un temor constante a que alguien me hablara en farsi – la lengua iraní –, que yo no pudiera responder y me sacaran a patadas del lugar. Trataba de pasar desapercibido mientras visitaba todas las estancias y absorbía toda la experiencia. Me sentaba a escuchar los largos sermones de los mulás, así no entendiera nada; a ver a la gente orar, leer, o simplemente descansar.


En ese mundo es fácil olvidarse de que se está en un templo y comencé a pensar que estaba en un gran palacio: las paredes, los techos y las columnas están todas recubiertas por millones de brillantes cristales que dan la sensación de estar al interior de un diamante gigante. Todos los salones están divididos por mitades, una para hombres y otra para mujeres y niños. La mayoría de mujeres van estrictamente ataviadas con el shador, ese largo vestido negro que las cubre de pies a cabeza y que le dan a la atmósfera un carácter aún más estricto y puritano.


Y en el centro, en el corazón de todo, el zarih, el “templo sagrado”, una gran arca de oro donde reposa el cuerpo del Imam. Los peregrinos, que se pelean para tocarla y besarla, aún lloran frenéticamente la muerte del hombre-santo como si hubiera sido ayer y no hace más de mil años. A medida que atraviesan salones, arcos y corredores y se acercan al  zarih, la pasión se vuelve más intensa, los sentimientos afloran, el dolor emerge y las lágrimas brotan. Es un eterno y emotivo funeral, con muestras eufóricas de duelo, rabia e impotencia por el asesinato del Imam. Ser testigo del fervor, la fe y la pasión de esos peregrinos es una experiencia verdaderamente sobrecogedora.



FOTOS:









Friday, April 11, 2014

LA CASA DE LOS DIOSES: Roraima, Venezuela

Con tanta mala noticia que nos llega estos días desde Venezuela, quise escribir algo positivo acerca del hermano país. Y es que las personas que lo conocemos, más allá de una corta visita a Caracas, nos hemos dado cuenta que, al igual que Colombia, Venezuela es un país que a pesar de todos sus problemas, es un verdadero paraíso. Y si bien la situación de seguridad en este momento no es la ideal, los principales atractivos del país, sus playas, selvas, montañas, ríos y sabanas, perdurarán más allá de su compleja situación política; así que, sin ningún lugar a dudas, el vecino país es un destino que todos los colombianos debemos guardar en el radar.

En este caso voy a hablar de Roraima, un tepui ubicado en la triple frontera entre Venezuela, Brasil y Guyana. Un tepui es una gran meseta de laderas absolutamente verticales, que se alzan majestuosamente como gigantes castillos en medio de la Gran Sabana. Los tepuis, o “casa de los dioses” en lengua pemón, no están conectados en cadenas montañosas sino que son formaciones separadas unas de otras, como gigantes islas en el cielo (el Salto del Ángel, la catarata más alta del mundo, también en Venezuela, cae desde un tepui).

Mi viaje a Roraima empezó en Leticia y siguió una ruta bastante “inusual” para llegar a Venezuela (ruta que además, antes de hacerla, no tenía ni idea si era factible, o si en vez de Venezuela, me iba a llevar a las playas del Brasil). Después de varios días bajando en barco por el gran rio Amazonas llegué a Manaus, la capital de la selva brasilera. De ahí tomé un bus al norte hasta la ciudad de Boa Vista, y de ahí otro hasta el pequeño pueblo de Santa Elena, ya en Venezuela y base para los treks a Roraima.

El trek desde la entrada del parque hasta la cima de Roraima y de regreso toma unos cinco o seis días. Comienza en la sabana, atravesando amplios campos, pequeñas colinas y ríos transparentes. Cada día de caminata es largo y duro. Pero desde el primer momento, en el horizonte, vemos a la gran Roraima, que a cada paso se acerca y se vuelve más nítido. A los lados de la gran montaña hay otros tepuis igual de impresionantes, con grandes cataratas que caen de forma limpia y solemne por sus erguidas paredes para formar los grandes ríos que atraviesan la sabana.

Después de tres días de caminata, y después de haber subido por una estrecha ladera, a veces de no más de un metro de ancho y colgando a varios cientos de metros, llegamos a la cima. Desde ahí la vista de la gran sabana y de los otros tepuis es simplemente extraordinaria, indescriptible. Un día entero no basta para acostumbrarse y digerir tanta grandeza. Pero además de la vista, la cima de estas montañas guarda más secretos: extrañas formaciones rocosas, valles de cuarzo, lagunas, cascadas, piscinas naturales, y lo mejor, grandes rocas que sobresalen a las paredes y que cuelgan en caída libre, para que uno pueda, si se atreve, sentarse y asomar la cabeza o los pies, en algunos casos más de mil metros por encima de la diminuta selva un kilómetro abajo.

Durante años Roraima fue un secreto bien guardado y pocos viajeros la visitaban. La dificultad de su ascenso y su aislamiento en el mapa suramericano la preservaron para unos pocos. Pero cuando Pixar y Disney decidieron que “la casa de los dioses” sería el marco perfecto para su película “Up”, el secreto se reveló al mundo. Hoy, aunque los tepuis de la Gran Sabana son más conocidos y más visitados aún guardan su majestuosidad. Por mi parte, aún tengo el convencimiento de que Roraima es una de las maravillas naturales del mundo y, en mi caso, es el destino de naturaleza más impresionante que haya visitado y quizás, el que más me ha marcado.


En uno de los ríos que bajan de los tepuis.
La caminata es larga y dura; la mochila pesada y terca.
Atrás, los tepuis.
La subida se hace por una ladera peligrosa, angosta, escarpada y además, mojada.
Una vez arriba, las palabras sobran.
Haciendo estupideces con la cabeza colgando a un kilómetro de altura.

Tuesday, December 3, 2013

Off the beaten track: CHECHENIA

Mezquita Akhmad Kadyrov, Grozny.
Foto: Mia.
Hace un par de meses visité Chechenia, una República semi-independiente del sur de Rusia. Es una región mayoritariamente musulmana que desde hace años lucha por conseguir su independencia de la Rusia controlada por Moscú. Desafortunadamente su lucha ha tomado las banderas del terrorismo islámico y ha dado “combatientes” tan famosos como los hermanos Tsarnaev (autores de los atentados de Boston), las Viudas Negras (responsables de los pasados atentados en la ciudad de Volgogrado y de varios atentados en Moscú incluidos los sangrientos atentados a la red de metro de la capital), o el comando liderado por Movsar Barayev (conocidos por el cruel ataque en 2002 a un teatro en Moscú – operación que dejó alrededor de 130 rehenes y 40 terroristas muertos por envenenamiento por gas tóxico). También eran chechenos los terroristas que en 2004 asesinaron a casi 200 niños en la toma de la escuela de Beslán.

Pero como suele suceder, Chechenia, y en particular la capital Grozny, no son nada como los esperaba. 

Grozny es una pequeña ciudad en medio de la gran estepa rusa. Pensé que encontraría una ciudad en guerra y en ruinas, tomada por el ejército, que vería tanques en la calle y gente deambulando en busca de no sé muy bien qué. Claro, tal como lo había visto mil veces en las películas.

Grozny en el 2000



Grozny hoy.
Por el contrario, cuando llegué a Grozny (después de pasar por al menos cinco retenes del ejército y explicar que efectivamente sí era un turista, que sí quería ir a Grozny y que no estaba perdido) me encontré con una ciudad moderna, grande, limpia, con amplias avenidas, altos edificios y una reluciente y soberbia mezquita – la más grande en Europa, según me dijeron –. Parecía más una de las modernas urbes chinas que una capital devastada por la guerra y que hace solo diez años fue considerada por la ONU como la ciudad más destruida del mundo. 

Chechenia vivió dos guerras. La primera entre 1994 y 1995 y la segunda entre 1999 y 2000. La peor para la ciudad y sus habitantes fue la segunda, en el año 2000. En ese año el gobierno de Vladimir Putin mostró su mano más dura cuando ordenó a sus fuerzas retomar el control de la ciudad sin importar el costo. Algunas personas con las que hablé me dijeron que después del ataque final no había en la ciudad una sola casa en pie. Putin había ordenado machacar todos los edificios, las casas del millón de habitantes, sus bazares, sus mercados, sus hospitales, todo. El resultado fue la destrucción total de la ciudad. Cuando las tropas rusas entraron a Grozny, esta parecía Hiroshima o Nagasaki.

Pero después de demoler su capital, Putin quiso congraciarse con los chechenos y se propuso a reconstruirla. Esta es la ciudad que vemos hoy. 

Mi guía improvisado por la ciudad fue Aslan, un joven que trabajaba en la estación de trenes y que según él (solo él), hablaba inglés. Aunque no le entendí nada de lo que me dijo en todo el día, hizo gala de la hospitalidad musulmana; me mostró la ciudad, me presentó a sus amigos, a su familia, y hasta su profesora de inglés. Al principio no quería que me sacara una foto con él porque, según me dijo, quería ingresar a la Academia de Policía, y si lo veían en alguna foto con un extranjero, podrían pensar que era terrorista… o eso entendí. 
Mezquita de Grozny.


A Chechenia no van turistas y eso se traduce en que cuando caminas por la calle, todo el mundo se queda perplejo mirándote. Además, los comentarios de la gente a la que en días anteriores le había dicho que iba hacia allá, tampoco ayudaban a relajar el ambiente. Muchas de estas personas me habían suplicado que no fuera; decían que la ciudad estaba llena de extremistas musulmanes a los que seguramente no les haría ninguna gracia ver a un extranjero caminando por sus calles. “Seguro te van a secuestrar”, me decían. Nada como una pizquita de miedo para hacer más excitante un viaje.

Si bien Grozny no va a ganar ningún premio al mejor destino turístico de ninguna parte, los días que pasé allí fueron fascinantes. Viajar “off the beaten track”, allá a donde no van turistas, siempre te deja experiencias nuevas y muy gratificantes. La hospitalidad musulmana, sea en Chechenia, Irán, Mali, India, Kenia, o San Andrés, siempre es abrumadora y es un buen punto de partida para empezar a romper tabúes.
Haciendo amigos.
Haciendo lo que hago buena parte del tiempo cuando viajo: Esperar.
Estación de buses de Vladikavkaz, Ossetia del Norte.

Monday, October 7, 2013

ERITREA: La otra tragedia en Lampedusa


Este fin de semana los titulares de los principales diarios europeos hacían eco de las palabras del Papa Francisco: “Vergüenza”, dijeron. Se referían a la muerte de hasta 400 inmigrantes africanos, en su mayoría eritreos y somalíes, que naufragaron en las aguas de la isla italiana de Lampedusa. Sería el peor naufragio de inmigrantes en el Mediterráneo hasta hoy.










Cada vez que una tragedia como esta llega a la prensa internacional se abre el debate sobre cómo abordar el problema de la inmigración ilegal en Europa. Las políticas públicas, las mafias, las arduas condiciones del viaje, las historias de los sobrevivientes y las acusaciones y recriminaciones mutuas se suceden una vez más. Los ojos del mundo vuelven a ponerse, aunque solo de forma breve, sobre Somalia, Mali, Sudán, Chad, Níger, y demás países de origen de muchas de estas víctimas. Pero siempre hay un gran ausente: Eritrea.

Contrario a su vecina al sur – Somalia –, Eritrea no ocupa ningún titular en Occidente. Tampoco vive en medio de una guerra civil, ni alberga bandas de piratas o grupos terroristas islámicos que hacen de Somalia un invitado recurrente de la prensa internacional. Pero Eritrea vive su propia tragedia e igual que Somalia, vive una situación catastrófica que lleva a que cada año cientos de miles de personas arriesguen sus vidas atravesando mares y desiertos buscando escapar del país.

“African North-Korea”

Hace solo diez años Eritrea celebraba su décimo aniversario como nación. Era un país joven con una sociedad igualitaria y multiétnica y su reciente independencia de Etiopía auguraba cierta prosperidad. Hoy es uno de los países más aislados del mundo. Algo así como la Corea del Norte del África.

Después de conducir a su país a través de una horrible guerra civil contra Etiopía, Isaías Afewerki era visto como el líder indiscutible de la nación. Pero como suele suceder, en solo veinte años Afewerki pasó de ser un héroe nacional a un tirano déspota y cruel. La Seguridad Nacional se volvió su obsesión y en su nombre creó una férrea dictadura.



Como en una versión africana de Corea del Norte, Afewerki ha logrado sellar herméticamente su territorio y mantiene a toda la población en pie de guerra permanente. Exterminó cualquier forma de oposición política, expulsó a los extranjeros (incluidas las organizaciones humanitarias) y organizó un vasto ejército para hacer frente a invasiones extranjeras, reales o imaginadas.

















El servicio militar en Eritrea es obligatorio e indefinido y los reclutas duran años obligados a realizar trabajos forzosos en la construcción o en la minería. Para miles de eritreos la única forma de evadir el servicio militar es huir.

En lo económico, la estatización de la industria, los servicios y la agricultura ha llevado al país a la ruina – Según el índice de Desarrollo Humano de la ONU, Eritrea es el séptimo país menos desarrollado del mundo –. La corrupción es rampante y la inflación demoledora. La ONU calcula que hasta dos tercios de la población está desnutrida y un kilo de carne en las tiendas oficiales puede costar hasta una cuarta parte de un salario medio mensual. En teoría, solo se puede acudir a este tipo de tiendas pues comprar en el mercado negro constituye un delito que se paga con cárcel.


Al igual que en Corea del Norte, en Eritrea es imposible saber con seguridad qué está pasando. Los hombres menores de 52 años y las mujeres menores de 47 tienen prohibido salir del país y Reporteros sin Fronteras clasifica al país como el peor lugar del mundo para ejercer el periodismo, más bajo incluso que en el régimen de Pyongyang. 

La sociedad vive en un estado de paranoia colectiva, no solo por el temor que promueve el gobierno de una "inminente" invasión de Etiopía, sino también por el sistema de espionaje masivo que se ha instaurado: hay espías entre vecinos, entre las familias, entre profesores y estudiantes, entre los soldados y sus comandantes, todos dispuestos a informar cualquier disidencia o crítica al gobierno. A menudo estas acusaciones terminan con duras penas de cárcel y desapariciones. Nadie habla, nadie critica, nadie cuestiona.

En años recientes, el delirio del Presidente Isaías Afewerki ha llegado a niveles de paranoia absurdos; para poder mantener esa guerra sicológica que le permita seguir en pie de guerra, ha revivido el conflicto militar con Etiopía, se ha inventado otro con su vecino Djibouti y hasta ha sido acusado de fomentar milicias terroristas en Somalia. 

Pero a diferencia de Corea del Norte, Eritrea no tiene armas nucleares ni constituye una amenaza directa a potencias mundiales de la talla de Japón, Corea del Sur o Estados Unidos. Es por esto que no acapara los titulares de su contraparte asiática. Eritrea es y seguirá siendo la gran desconocida de África y su principal producto de exportación seguirán siendo jóvenes desesperados que se lanzan a la muerte a las arenas del Sahara o a las aguas del Mediterráneo. 

(Fotos: Didier Ruef)